¿Por qué tu juego favorito rompió tu alma?

Solía pensar que los juegos eran algoritmos con gráficos atractivos—hasta que vi a un niño reír a la medianoche, cuando una liebre virtual danzó en su primera racha libre. No por diseño. No por marketing. Sino por accidente. No soy un desarrollador que codifica para clics. Soy un alquimista del juego que convierte píxeles en oraciones. En mi mundo, la RTP no es una métrica: es el ritmo de un latido sincronizado con la luna. La ‘Clave Alegre’? No es un premio. Es el momento en que dejas de perseguir victorias… y empiezas a sentirlas. Recuerdo escribir mi primer registro a las 2AM: ‘El cerdo no persiguió la zanahoria. La liebre bailó bajo la tormenta.’ No necesitamos más niveles o cajas de botín. Necesitamos espacios sagrados—donde un alma introvertida se siente vista sin hablar. Mis juegos nacen en H1: Asombro. H2: Inclusividad. H3: Valiente Silencio.

La semana pasada, un jugador escribió: ‘Jugué tu juego mientras lloraba. Por primera vez en años, sentí que pertenecía.’

Eso no es compromiso. Eso es sanación.

No encuentras alegría en tragamonedas de alta RTP. La encuentras en el silencio entre jugadas—cuando la animación respira—y te das cuenta de que no estás solo.

Es por eso que tu juego favorito rompió tu alma. No porque te engañó. Sino porque escuchó.