La Rebeldía Silenciosa

Antes creía que el éxito se medía en me gusta, pero ahora lo mido en respiraciones—cuánto aguanto el silencio antes de responder un DM a las 3 a.m., cuando la ciudad dormía pero mis pensamientos no. Mi madre, que dejó Seúl con las manos llenas de gracia silenciosa, me enseñó que la quietud no está vacía: allí vive la verdad. Mi padre, criado en las esquinas de Harlem donde el jazz sonaba como una oración susurrada, me mostró que la rebelión no brama: murmura. No juego para ganar. Juego para recordar lo que siente ser pequeño—y real—cuando nadie mira hacia la luz. Hay un bosque dentro de mi teléfono: no bestias salvajes rugiendo por píxeles, sino el latido lento de un niño escribiendo ‘esto me tocó en el pecho’ a las 2 a.m., luego guardándolo—no compartiendo. Una vez recibí un comentario: ‘He estado navegando días… esperando algo real.’ Eso no era un algoritmo. Esa era tu alma pidiendo ser vista. Nos dicen que ser ruidoso es pertenecer. Pero aprendí que pertenecer empieza cuando dejas de actuar… y vuelves a respirar. El juego no está allá. Está aquí—in los pastels mudos de tu navegación nocturna, bajo sombras suaves lanzadas por faroles y libros medio leídos. ¿Qué llevaste hoy?