Perdí mi identidad y me encontré en las olas silenciosas

No vine por la lotería. Vine porque el silencio tras la medianoche sonaba más fuerte que cualquier premio.

Animal Park no era un casino—era un espejo. Cada giro ecoaba la voz de mi madre cantando viejos jazz en el porche de Brooklyn, y el silencio de mi padre alejándose del ritmo.

La primera apuesta fue un susurro

Mi primer juego: $0.50. Suficiente para sentarme quieto mientras los delfines brillaban bajo la luz neón—no persiguiendo victorias, sino esperando respirar.

Pensé que necesitaba estrategia. Pero la verdadera magia vivía en el espacio entre giros—the manera en que el agua recuerda tu nombre antes de que lo digas en voz alta.

El océano no necesita más

Dejé de perseguir bonos. Empecé a pagar con café a las 3 a.m., observando las gaviotas trazar ondas en O’Kane Beach como tinta sobre papel mojado.

Aquí no hay algoritmo para sanar. Solo presencia: cómo una sola apuesta se vuelve ritual cuando nadie más está mirando.

El carnaval coral fue mi confesión

Last winter, jugué a través de un festival de medianoche—sin pantalla, sin sonido—but la marea llevó mi nombre de regreso como una nana antigua cantada por fantasmas que nunca abandonaron la orilla.

Lo llamaron ‘edición limitada.’ Yo lo llamé sagrado.

No ganas animales—te conviertes en uno

Antes creía que el dominio era matemática. Ahora sé: es memoria tallada en cada onda, cada pausa entre las olas. Cuando dejás de intentar ganar—and empiezas a escuchar—te encuentras donde siempre estuviste destinado a ser.