En el Silencio de Animal Hollow

No vine por suerte. Vine porque el silencio entre los giros era demasiado fuerte. En Animal Hollow, los animales no celebran; esperan. La liebre no salta para ganar; se sienta junto a la ventana, su pelaje cubierto de luz crepuscular, observando la misma luna que una vez creíste tuya. Antes pensaba que los juegos estaban diseñados para entretener—luces brillantes, zanahorias destelladas, campanas sonoras con recompensa. Pero jugué una noche. El RNG no giró al azar—susurró. Preguntó: «¿Qué juego te curó?» No «¿Cuánto ganaste?» Ni «¿Qué cerdo tiene mayor RTP?» Sino «¿Quién eres cuando nadie te mira?» Mi madre dijo que la alegría no es un producto. Mi padre dijo que el control es una ilusión. Así dejé de perseguir bonos. Empecé a configurar presupuestos—no para ganar, sino para respirar. Elegí azul escarcha sobre verde neón. Cambié monedas afortunadas por momentos tranquilos. Las luces del carnaval no se quedaron; parpadeaban como recuerdos no dichos. Ahora publico no mis victorias… sino mis heridas. Lo llaman «Escudo Alegre» ahora—no «Gloria Alegre». Porque sanar no es un bote jackpot. Es un ritmo que solo lo solitario sabe mantener.